Kiko Tarrasa
A la salida del colegio cuando uno era un chaval, recuerdo que nuestra mayor preocupación era llegar pronto a casa para soltar la maleta (y en ocasiones ni siquiera eso), ya que nos hacía falta para formar los artesanales postes de la portería, buscar el balón para bajar a la calle y jugar al fútbol con los amigos del barrio uno como un poseso .
Vivía en un barrio grande, de una ciudad grande y gracias al fútbol rudimentario de aquella época, prácticamente todos los chavales de mi quinta nos conocíamos ya que establecíamos pequeños torneos entre las diferentes fases y bloques que formaban el barrio, cumpliendo el deporte sin nosotros saberlo su función de cohesión social, que hoy con día, con el paso de tantos años todavía perdura y que ha conseguido que nuestros hijos sean amigos a pesar de la distancia que nos separa.
No había césped artificial, ni porterías reglamentarias, ni árbitros, ni áreas, vamos ¡nada de nada!, tan solo las farolas cuando el partido se alargaba más de la cuenta iluminaban el duro asfalto que era nuestro terreno de juego, donde si estaba aparcado el Citroën 8 de Don Ricardo en nuestro particular “estadio”, le avisábamos y este lo quitaba raudo, entre otras cosas para que no lo rompiéramos los cristales de un balonazo.
Tan solo había dos problemas ineludibles en nuestra idílica competición donde emulábamos a las grandes figuras de la liga en blanco y negro, el primero de ellos era escuchar la voz de tu madre llamándote para subir a comer cuando mejor estaba el partido y el segundo era la indescriptible sensación de angustia de ver como el balón, se colaba en el balcón del vecino más agrio del edificio.
En ese punto finalizaba el partido con el añadido de las miradas furibundas que te lanzaban tus colegas por ser tan torpe al despejar y la humillación que suponía, tener que tocar la puerta del vecino para pedir la pelota y escuchar toda la “retahíla” de reproches, que te largaría nada más verte en el rellano de su puerta por haberte cargado unos cuantos geranios de sus macetas.
Algo parecido le sucedió al fútbol base el pasado fin de semana, un “patadón” mando al balón muy lejos de la zona de juego y lo coló en el peor balcón, para angustiosa sensación de todos aquellos que se mueven al lado del fútbol modesto, son los muchos directivos, entrenadores, delegados…en definitiva la gente de barrio con inquietudes, los muchos “Juanillos o Pepillos” lo bien apañaos, que han empleado mucho de su tiempo y paciencia en enseñar sus primeros toques de balón a esos niños y niñas que también pueden llegar a ser figuras y alcanzar los grandes estadios lejos del asfalto de las calles… ¿y si no lo son?… pues no pasa absolutamente nada, se habrán divertido jugando al fútbol y seguramente que con el paso del tiempo recordaran con cariño su etapa de formación y los amigos que en ella conocieron. Ojala que en su recuerdo no quede el día que intentó jugar al fútbol y no pudo hacerlo por no poder recuperar aquel balón que fue a caer en el balcón de la incoherencia.