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ATLÉTICO DE MADRID 1-0 UD LAS PALMAS
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DESDE LA GRADA CURVA/TV .-Por Eduardo Francescoli
La despedida del estadio de Manzanares – bautizado como Vicente Calderón, de cuando los presidentes futboleros ponían sus nombres a sus pirámides domésticas – ha permitido a cada uno, a cada cual, sacar su particular inventario de vinculaciones entre la UD Las Palmas y el Atlético de Madrid, y por ende con su estadio ahora moribundo, que será sustituido por el Wanda Peineta o algo así, si alguien no lo impide.
Así que, puestos a inventariar, por ningún lado he leído ni escuchado algunas de las vinculaciones más entrañables y curiosas entre nuestro equipo, o el fútbol de Gran Canaria, y el Atlético. Las mías, particulares, me llevan a la intimidad de la familia, donde desde el seno materno al primo peninsular son mitad rojiblancos, mitad amarillos, y viceversa. De niño me sorprendía que el coche traspasara las gradas de un estadio, el Manzanares, magia potagia, y también me sorprendía saber que aquel señor que nos iba a ver en verano en la playa de La Garita, mientras luchábamos contra el balón y contra los agujeros de la arena, era un tal Farías, y que había jugado en el Atlético de Madrid.
Los padres nos decían orgullosos que Farías nos había estado viendo, y nosotros, lógicamente, no teníamos ni idea de que Farías en realidad había jugado en el Atlético de Aviación, el alter ego bélico de aquellos años en que mudaron el origen vasco del equipo, y que estuvo un montón de años de rojiblanco porque, entre otras cosas, en aquellos años en que Farías pasó del Marítimo de San Cristóbal al Marino, y después al Atlético, no existía la UD.
No es de extrañar por tanto que su familia, cuando Las Palmas subió a Primera y supo que el Manzanares era la primera cita en la cima, cogiera el avión y se plantara en la ribera del río mesetario. Farías fue mi referencia atlética infantil más cercana, como pocos años después lo fue una de las pocas referencias literarias que unen al Vicente Calderón y las Islas: en ‘Canarias se ha puesto el sol’, una novela en plena transición de Jordi Sierra i Fabra – escritor catalán convertido después en best-seller de novela infantil y juvenil – unos canarios del MPAIAC – ¿se acuerdan? – volaban creo recordar esa grada sobre la M-30, y en Canarias se declaraba le estado de excepción. Todavía recuerdo la sensación del Ejército patrullando por Suárez Naranjo, en la imaginación de Sierra i Fabra.
Como sabemos, ni el MPAIAC fue nunca tan burro ni Las Palmas se ha acercado nunca con ánimo demasiado hostil al Manzanares, y si lo hizo lo disimuló bastante, porque la estadística dice que solo dos veces los amarillos se llevaron los tres puntos de allí, o algo así. La despedida del Manzanares no podía ser distinta, así que Las Palmas, en su vocación eterna de buen samaritano, regaló a los aficionados colchoneros, entre globos amarillos y azules de la hinchada, una doble satisfacción: los puntos y la victoria se los quedó Simeone, y encima disfrutaron de fútbol durante el casi 70% que la UD tuvo la pelota en su poder. Una UD que salió derrotada, como casi siempre los canarios en el Manzanares, igual que los patos de Sabina no dejan de extrañarse de su navegación por el mismo río.
De entrada, la UD salió a jugar con solo tres canteranos en lo que llamamos el once titular, lo que no es bueno ni malo, sino distinto, y hasta sorprendente, en una semana en que la cadena televisiva Bein ha dedicado un excelente documental, ‘La isla de la cantera’, precisamente a ese ADN del equipo. La apuesta no le salió mal a Setién, porque tanto Montoro como El Zhar, las respuestas del cántabro al fútbol físico de Simeone, jugaron un enorme encuentro, solo censurable en los últimos minutos del franco-marroquí, afectado por el cansancio.
Pocas cosas pueden ser reprochables a la UD en esa última aventura en el Manzanares. Javi Varas estuvo colosal y, por primera vez en la temporada, atacó los balones aéreos sin miedo al riesgo, impidiendo el remate fácil de los rojiblancos. Lopes y Macedo cumplieron por sus bandas, mientras Lemos y Bigas lograban conjugar una seriedad de notarios en sus funciones defensivas con el swing del saxofonista de jazz en sus incursiones al ataque. Precisamente en una de ellas, Lemos, con un misil tierra-tierra, impactó desde 35 metros con el travesaño de Moyá, sustituto de Oblak como cancerbero madrileño.
El Atlético de Madrid realizó unos primeros 25’ espléndidos, de plenitud física y coraje, espoleados por la necesidad de ganar, y con la velocidad de Correa, de Griezmann, de Gameiro, como amenaza permanente, sabedores de la fragilidad canaria en esos primeros momentos. Pero cuando la UD logró serenar el balón, Roque Mesa cogió la batura con intérpretes de lujo en su orquesta: incomensurables ayer Vicente y Montoro en los apoyos, un más discreto Viera en la banda, y un Livaja luchador, enfrentado muchas veces en soledad a la poderosa defensa rojiblanca.
Justo cuando el partido parecía inclinarse hacia el amarillo, cuando tras una jugada trenzada por Viera y Roque parecía que se iba a producir el calderonazo, salvado por Moyá, llegó el gol de Saúl, un imparable disparo desde el exterior del área, la única desatención reprochable a un centro de campo que superó durante todo el partido la ansiedad y fortaleza de la sala de operaciones atlética.
El triple cambio de Setién y Sarabia – Tana, Momo, Dani Castellano – llegó sin tiempo. Fueron los últimos diez minutos de una UD que, como casi siempre, acabó derrotada, como canarios en el Manzanares.