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REAL BETIS BALOMPIÉ 2-0 UD LAS PALMAS
DESDE LA GRADA CURVA POR EDUARDO FRANCESCOLI
Tiene algo de canario, o viceversa, este equipo y afición del Betis que igual se hunden que se hinchan, en la autoestima bipolar de los humildes, siempre con la esperanza en el horizonte mientras regatean con pan y aceite de oliva las demandas de las entrañas.
Desde que Gordillo se refugiara de su inesperada fama de gacela esquinada en las chabolas de su familia en El Confital, el Betis se ha encomendado en parte a esa cantera distante y distinta de La Isleta, como si el Guadalquivir pasara por La Naval. Habrá referencias más lejanas, pero las de mi memoria remiten a Perola y Carmelo Trujillo, convertidos en neurona imprescindible y en cancerbero de uno de los muchos Betis que canarios han sido; de Alexis Trujillo, mutado en extensión de Serra Ferrer sobre el campo y jugando como, exactamente, juega ahora Roque Mesa en el esquema de Setién; y Rubén Castro, puñal puntual, que por primera vez y sin jugar en un grande ha dejado de marcar en nueve jornadas consecutivas.
Mucho de ese Betis canario queda ahora, con Rubén Castro todavía sobre el campo y con Alexis Trujillo y Tino Luis en los despachos. Y de esa cuña del mismo palo esperaba la afición amarilla, por experiencia, que llegaran las heridas verdiblancas: pero esta vez no fue Castro, sino Bruno, otro jugador canario con el petate en el hombro, el que envió a la afición amarilla a lamerse las heridas durante todo un largo fin de semana, iniciado en viernes.
El partido podría resumirse en esos dos córners siamieses, ejecutados con precisión y ambición de gol, que el nuevo entrenador de Heliópolis, Víctor Sánchez del Amo, había entrenado esa misma mañana, según confesó él mismo. No le dio tiempo para más. Ni para menos. Claro que Setién le abrió el camino, sin quererlo pero sabiéndolo, al escoger esta vez a Javi Varas como habitante de la portería.
Enorme portero Javi Varas, sevillano y del Sevilla, pero con un reconocible punto negro, como las carreteras de la DGT: la mayor parte de los goles que ha recibido esta temporada llegan desde el cielo, por su vocación casi psicológica de agarrarse al césped, de no atacar cualquier balón que se aproxime en vuelo sobre su área. Si en reflejos y salidas es docente de Master, en el juego aéreo parece un párvulo asustado, digno de meme de guasá: Te voy a marcar por alto, y lo sabes.
Así que el Betis, urgido, solo tuvo tiempo de ensayar la misma mañana del sábado los córners, y le bastó. Centro de Joaquín desde la esquina al primer palo y remate de Bruno a la red. Centro de Joaquín desde la esquina al primer palo y remate de Mandi a la red. En ambas ocasiones Varas, probablemente, no podía llegar a la pelota, pero cualquier opción de atacar la jugada habría concedido más posibilidades de impedir su resultado final: su intervención habría taponado el espacio, y un probable contacto incluso habría permitido una duda arbitral, la posibilidad de que hubiera sido objeto de infracción.
Amén del efecto en el adversario que supone el hecho de que el cancerbero actúe como tal, imponiendo su dominio en el espacio que se le supone propio. Cualquier cosa excepto la quietud bajo palos, carne de cañón propicia, con la mirada del que parece que el gol de córner es una suerte irremediable.
Esos dos córners siameses, entrenados en un rato, fueron el partido de la UD contra el Betis. Aunque fue mucho más: por primera vez un equipo empata en posesión de la pelota con la UD, una UD desconocida y donde el alma, curiosamente, la pone Boateng, el que vino supuestamente a cobrar y jubilarse. Pues va a ser que no. El alma canaria del Betis ha tenido mucha culpa de que la UD, desde hace ya 38 años, toda una dictadura franquista, no celebre una victoria en el Benito Villamarín. La última fue con Miguel Muñoz, pero ese entrenador, recuerden, tenía una flor en el trasero.