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UD LAS PALMAS 3-1 ATHLETIC CLUB
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DESDE LA GRADA CURVA.- POR EDUARDO FRANCESCOLI
Sería injusto atrapar en el último trazo del partido todo el esfuerzo y sabiduría balompédica con que la Unión Deportiva redujo a una de las escuadras nobles de la Liga española. Pero la vaselina en carrera, de exquisitez hedonista, con que Jonathan Viera culminó esta nueva cita frente al Athletic Club le conceden, una vez más, convertirse en encarnación millenial de Mamés, domador de leones.
No son cualquiera los enfrentamientos entre UD y Athletic. Su vocación por la cantera, su disparidad de estilos, y los requiebros de la historia otorgan a cualquier encuentro entre vascos y canarios un lugar en la agenda de los degustadores de fútbol. La democracia bautismal ha querido que por vez primera el equipo guardián del ADN trajera entre sus filas a un jugador con nombre guanche, el tal Yeray, pero esa es la anécdota: cada vez que se enfrentan, en el cerebelo amarillo no dejan de habitar el gol de Josico aplaudido en San Mamés y el 1-5 con que los vascos humillaron el Estadio Insular camino de su gabarra triunfal, ellos, y del hundimiento en Segunda, nosotros.
Hay mucha vida compartida entre ese equipo de hace dos siglos y que no conoce la caída en Segunda y el amarillo sufrido de la UD, y en el álbum común de los recuerdos estará ya para siempre la desfachatez hecha talento de Jonathan Viera en el último gol del partido: una nueva pericia dibujada con los pies. Pero el gol definitivo estuvo precedido de una UD superior sobre cada mata de hierba: un Vicente majestuoso, simbiosis de talento, voluntad y físico; un Roque Mesa ordenado, cerebral e impetuoso, según la ocasión; un David García sereno, seguro y hasta manierista, confiado en su oficio pulido partido a partido. Prince Boateng volvió a demostrar compromiso y llegada en su primer gol. Michel Macedo, seguridad y valentía. Livaja, lucha incansable. Javi Varas, su disposición felina.
Y no había comenzado fino Jonathan Viera el partido del lunes. Toda la primera parte fue un quiero y no puedo de Viera en los pases, en la precisión que requiere su fútbol de rotring. Pero Las Palmas demostró que ya sabe cómo escapar de las presiones adelantadas con que los rivales han creído saber cortocircuitar su sistema nervioso, centrados en Roque, y a través de una de las bandas, la de Michel Macedo, una vez más, llegó el balón que permitió a Boateng demostrar su capacidad para la llegada, desde atrás, con el gol en la punta de la bota.
Las Palmas solo había hecho adormecer el biorritmo de león alfa de los vascos y ya se encontraba ganando, y en solo unos minutos del segundo periodo lograría a través de una internada de Momo, sustituto del berlinés, amansar definitivamente a las fieras. Dos goles y el partido parecía condenado a la hipnosis, concentrados los vascos en las botas amarillas, viendo pasear el balón de uña a uña, si no fuera porque una presunta mano de Macedo daría la oportunidad a Raúl García de fusilar a Varas con un penalti.
El marcador injusto parecía el umbral de un nuevo final accidentado, inesperado, tan usual en el pedigrí amarillo y en el historial cardiaco de sus aficionados. Y empezaron a ocurrir las cosas que nadie espera que ocurran: Aduriz dejó a su equipo con diez, amonestado por perretoso, y Valverde decidió dar el timón de la gabarra a Muniain, en lugar de a Beñat. Es uno de los síntomas de este Athleti de principio de segundo milenio: convencido de que ya no solo tiene esa combinación extraña de epidermis industrial y de caserío, de fútbol obrero y a la par campesino, convencido de que debe ser un Athleti de la era Guggenheim, le da por ponerse intelectual y prescinde de tipos como Muniain, nervioso y talentoso a la vez.
Así las cosas, el Athleti hizo de Helenio Herrera y comenzó a jugar mejor con diez que en todo el partido, y a punto estuvo de alcanzar el empate si Varas no despeja un balón que era ya gol bajo los palos. Con el susto de la injusticia en la piel, Livaja lanzó rápido un contrataque a los pies de Viera, que en un segundo logró, como Mamés, domar a los leones, con el látigo dulce de una vaselina eterna.