LA UD, LÍDER, MIRA LA LIGA DESDE EL CIELO (TRAS OTRO ‘JÉMEZKIRI’)
Por teldeporte Actualizada el 29 Ago, 2016 a las 17:04 | Categorizado como En Portada, Fútbol | Con 0 Comentarios

LA APORTACIÓN DE JÉMEZ AL FÚTBOL UNIVERSAL EN FORMA DE SUICIDIO DIFERIDO, EN EL QUE UNO SE QUEDA CON EL HONOR PERO MUEREN LOS OTROS, NO ESTÁ SIENDO RECONOCIDA COMO MERECIERA: EL JÉMEZKIRI.

POR EDUARDO FRANCESCOLI

Veinte minutos tardó Paco Jémez en ejecutar en público su último ‘harakiri’ de honor a lo caballero nipón – en el que, por cierto, él es el que nunca muere – sobre el Estadio de Gran Canaria, y llevar en volandas a la UD Las Palmas hasta un liderato de Primera División que ha acabado con la existencia de colirio en las farmacias de la Isla: los abuelos se frotan los ojos, los padres se frotan los ojos, las madres se frotan los ojos y los niños, siguiendo su naturaleza de imitadores compulsivos, se frotan los ojos hasta la sangría: la UD Las Palmas, líder de Primera. Los ojos, ya lo sabemos, son niños.

Jémez

PACO JEMEZ

Hasta ese momento crucial, el guion se había cumplido y Jémez engañó a todos. La hinchada amarilla recibía veraniega a los suyos, con ganas de disfrutar el sueño de una Liga de verano. Boateng jugaba su primer partido como local ataviado de su nuevo rol de crack redimido. Las Palmas exponía en sociedad su nueva identidad, anunciada en Valencia, de depredador a la espera de pieza. El Granada, el sparring simpático al que perdonamos la vida en su agonía la temporada pasada, se extendía ordenado sobre el césped, prudente, desconfiado, con la batuta prometedora de un Samper imberbe, más desconfiado de la vocación nipona por la flagelación de Jémez que de la voracidad escondida de los amarillos, o viceversa.

Veinte minutos, veinte. Veinte minutos en los que la UD repitió el guion y los actores de su puesta de largo en Mestalla: Javi Varas, un gato bajo el arco y un perito en los pases, en estos tiempos de cancerberos-Laudrup; David García, obrero eficiente y sobrio, en el centro de la zaga, el verdadero descubrimiento de la era Setién; Roque Mesa, a lo Alexis Trujillo del Betis de Serra Ferrer, repartidor algo compulsivo de esféricos no siempre certeros; Jonathan Viera, el bailarrín que sabe danzar en la quietud,  a lo Butragueño; El Zhar, la apuesta empecinada y currante.

Jémez

ROQUE AMONESTADO

Tras esos veinte minutos, veinte, Jémez comenzó a ser Jémez y una vez desactivado el temido chaparrón insular, confiado de sus jóvenes piezas y de que él es Jémez, ordenó iniciar el ‘harakiri’ previsto de su nada oculto ADN samurai, nacido en Las Palmas a lo Bardem: por cosas (flamencas) de la vida. El Granada, en ese minuto crucial de la veintena, se creyó preparada para la vida adulta y adelantó la defensa, comenzó a presionar a la UD en su propio campo e inauguró, con la alegría con que se inauguraban los pantanos franquistas, un espacio inmenso, libre y sin habitar a sus espaldas, en el que Las Palmas se instaló ya para siempre utilizando las vías de acceso propias de la situación: dos bandas raudas, en el que corre el balón y corren los jugadores; y el funambulismo geométrico del pase largo, medido, preciso, repetido hasta la saciedad y en sociedad por una UD que salivaba, con los colmillos necesarios para el festín.

Jémez

ALEGRIA EN LA GRADA

A partir del minuto veinte, con esa defensa adelantada de pecholobo Jémez, el partido, aunque no lo pareciera, fue siempre la misma cosa. Error de Jémez y gol de Las Palmas. Error de Jémez  y gol de Las Palmas. Erró Jémez al pedir esa metamorfosis en el minuto veinte y volvió loca a su defensa, que comenzó a hacer gorgoritos de benjamines en el área. Gol de El Zhar. Erró Jémez al jugar a entrenador despiadado al cambiar en el minuto 30 a Gabriel Silva, el defensa tembloroso que envolvió el regalo del primer gol, y a Jémez le cegó la visión del oasis, el gol de Boga, que empataba y ocultaba con la borrosa visión de presunta agua evaporada el desierto que se le venía encima a Jémez.

 Jémez

ARAUJO

Desde ese minuto veinte, Las Palmas inició el descuartizamiento preciso y paciente de la pieza. Un pase medido de Varas lo convirtió Livaja en un trapecio perfecto en la frontera del área, del que se colgó Boateng con un salto brutal, atlético, estratosférico, inolvidable y único, en el que recordó a Ochoa su condición de simple terrestre. Otra pirueta mágica de Viera – a él no le hace falta volar, sujeto al césped – permitió a El Zhar vengar a sus antepasados y devolver las lágrimas de Boabdil, y con una zancada insistente dar incluso el cuarto de los goles a Momo en una tarde de gloria alauí. Jémez, el empecinado y no sabemos si el breve, mandó a la caseta a su único arquitecto equilibrado, perlita Samper, para poner en el campo a un trotacampos David Barral que terminó de desestabilizar la ya liviana estructura de los nazaríes. Viera no lo desperdició, y ofreció a Araujo por otra rendija en el área la guinda del quinto gol del pastel.

La Isla se frota los ojos y la UD tiene dos semanas de liderazgo, que servirán para alimentar mitos y leyendas, nostalgias y hagiografías futuras, bustos y plazas, acostumbrada como toda Isla que se precie a bucaneros y piratas convertidos en caballeros de la Mesa Redonda. Y Jémez, un tipo que me cae bien, como de cuento, habrá dado un paso más en su cuadratura del círculo, como fundador del ‘harakiri’ en el que nunca muere el que se suicida, sino otro: sus equipos descienden, sus jugadores de deprimen, pero él sigue en Primera, constante, confiado en que algún día será Guardiola y sus equipos serán el Barça de Messi. En estos tiempos en que ni un 1-7 a Brasil en Maracaná provoca (afortunadamente) fallecimientos por honor, la aportación de Jémez al fútbol universal en forma de suicidio diferido, en el que uno se queda con el honor pero mueren los otros, no está siendo reconocida como mereciera: el Jémezkiri.

 

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