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SEVILLA 2-1 UD LAS PALMAS
POR EDUARDO FRANCESCOLI
Un gol en el último minuto de penalti inexistente, tras una caída de una cuña del mismo palo llamado Vitolo, digna de las piscinas verdes de Río de Janeiro. Un gol pasado el tiempo reglamentario y el no reglamentado desde un córner. Un penalti sustraído en la jugada anterior a Livaja. El resultado era inesquivable, como una profecía autocumplida, digna del sentido trágico de la historia de la UD: treinta y ocho años después, casi todo un franquismo, Las Palmas deja de ser líder.
El inicio de la tarde futbolera sevillana no presagiaba el cumplimiento de ese destino perverso. Sampaoli presentaba una pizarra bautizada con nombres de relumbrón público – entre ellos Nasri, su última adquisición, para la que no hacía falta avezados Monchis –, mientras Las Palmas se dejaba en casa sus dos cracks de andar por la Liga de las Estrellas: el afroeuropeo berlinés Boateng y el afroeuropeo canario Viera. Una aparente desventaja combatida con sabiduría ajedrecística por Setién con nuevas piezas sobre el tablero verde: frente al diseño anárquico pero musculado de Sampaoli, más sentido hedónico y juguetón con el regreso de Tana y el debú sorpresivo de Mateo, un desconocido argentino que se hartó de trazar diagonales con sentido, como Pedrito hizo en su día con los alemanes en su aparición inesperada en la selección hispana.
El resultado de la apertura de Setién fue un aparente dominio hispalense de la posesión – con sus robustas torres y sus peones valientes aparentando el control de la partida – frente a un sucesivo ataque amarillo de alfiles ágiles e incontrolables, consumado en el jaque de Tana en forma de parábola fértil desde fuera del área. Las Palmas, nuevamente, confiaba su enfrentamiento al latigazo inesperado y eficaz, a cambio de dejar la pelota más tiempo al contrincante para que entretenga su moral, a su público y a las estadísticas.
Las Palmas seguía tras el descanso más líder aún, confiado incluso en que al fin había podido regatear a ese conocido destino de equipo trágico en el paraíso. La UD de Setién, sin embargo, tras el descanso, volvió a perder la seña de identidad que la hacía distinta siempre, y a la que con más asiduidad renuncia, crédula de lo que aventan chamanes y profetas catódicos de lo que debe ser el fútbol. Una vez consumado el jaque en forma de golazo de Tana, Las Palmas no supo variar el tempo de la partida y propiciar la pausa, su gran e histórica lección. Una pausa que no es quietud, sino espera, el maceramiento que conduce al alimento del gol: la pausa que decían de Germán, la pausa de Robaina y la pausa de Valerón, la pausa que ahora solo practica Jonathan Viera y que da tiempo al adversario a convencerse de que no está hecho para esto, que lo convierte en una mascota con quien divertirse, que le da tiempo a comprobar que jugar al fútbol supone pensar rápido pero tranquilo, y en cómo sortear cada agujero de la arena.
Las Palmas renunció a la pausa, una suerte para la que Roque, su músculo más evidente y esforzado, no está dotado, y la ausencia de pausa de Roque, la ausencia de picardía de Bigas y la ausencia de valentía en los balones aéreos de Varas la condujeron, movimiento a movimiento, al jaque mate postrero de los herederos de Biri Biri. Aunque no solo la ausencia de pausa explica la derrota: la presbicia temprana arbitral, el talento actoral de Vitolo y las decisiones de Sampaoli – sus tres remiendos, el propio Vitolo, y Sarabia y Carlos, que marcaron, fueron cruciales – hicieron riguroso el refrán popular – el que fue a Sevilla, perdió su liderazgo – e hicieron riguroso el karma comprobado de esquiva felicidad amarilla.
Treinta y ocho años después Las Palmas ocupa el liderato, y treinta y ocho años después Las Palmas pierde el liderato. Es la UD de las tragedias: la UD que ve morir a dos de sus mejores jugadores – Guedes, Tonono – en su años de supuesta plenitud futbolística y vital, convertidos para siempre en mitos. La UD que gana 4-0 en la semifinal de la Copa del Rey al Real Madrid, y pierde 5-0 en el Bernabéu tras una discutible actuación arbitral – ¿era Franco Martínez? –. La UD que pierde su ascenso en un minuto frente al Córdoba tras la invasión adolescente de su campo. El anuncio de la consumación de ese destino trágico se inició el viernes, cuando una niña de tres años y que sigue grave era atropellada en la persecución de un autógrafo de Viera, y se consumó como se consuman los destinos heridos, con todos los ingredientes recuperados de la memoria: el último minuto, el error arbitral, el resquicio de la muerte en el entorno, la gloria que se escapa de entre los dedos, en el último momento, y a saber cuándo volverá.
Las dos semanas de liderazgo han permitido a la UD mostrarse en el escaparate global. Y no solo a Las Palmas, sino a las entrañas de donde nace su juego. La CNN la ha anunciado como el nuevo Leicester, y los cronistas internacionales, en una hipérbole digna de canarión, han dicho que es como ver jugar al Brasil, salvo que juega mejor. Unos cronistas internacionales – Filipo Ricci, Side Lowe – que la han llevado a las páginas de referencia mundial del fútbol. Las mismas dos semanas en que Silva y Vitolo – el mismo que a estas horas continúa nadando en la piscina – han iniciado su vínculo mágico en la selección. Las mismas dos semanas en que, irrecuperables Tonono y Guedes, la afición amarilla da por bien perdido el liderato si la niña del autógrafo de Viera se recupera y dentro de otros treinta y ocho años ve a su equipo, en su eterno enfrentamiento contra el destino, subirse a la efímera gloria de otro liderazgo.